Crimen y castigo de Fiódor M. Dostoievski (Libro 02 - Cap 1B)
Podcast Red Inka + Audio Libros de dominio público - A podcast by Red Inka Podcast Audio Books

Categories:
Novela: Crimen y castigo Autor: Fiódor M. Dostoievski SEGUNDA PARTE CAP I (B) —¡Siempre el trueno, la tempestad, el rayo, los relámpagos, la tromba, el huracán!—dijo, en tono amistoso, el recién llegado, dirigiéndose a su ayudante—. Se te ha alborotado la bilis y, como de costumbre, te has disparado. Te he oído desde la escalera. —¿Y quién no se sulfura con lo que pasa?—repuso negligentemente Ilia Petrovitch, trasladándose con sus papeles a otra mesa—. Ese caballerito, ese estudiante, o, mejor dicho, ex estudiante, que no paga sus deudas, que firma letras de cambio y rehusa dejar su habitación, es citado ante el comisario y se[57] escandaliza porque enciendo un cigarro en su presencia. Antes de advertir que se le falta al respeto, debería respetarse más a sí mismo. Ahí le tiene usted, mírele. A la vista está. ¿Le parece a usted que su aspecto puede inspirar consideración alguna? —Pobreza no es vicio, amigo mío—replicó Nikodim Fomitch—. Sabemos perfectamente que la pólvora se inflama con facilidad. Sin duda le habrá chocado a usted algo de su manera de ser y usted tampoco ha podido contenerse—prosiguió, volviéndose hacia Raskolnikoff—; pero se ha equivocado usted: el señor oficial es un hombre excelente, se lo aseguro; tiene un carácter arrebatado, se excita, se exalta, pero en cuanto se le pasa el mal humor es un corazón de oro. En el regimiento le llamábamos «el oficial pólvora...» —¡Qué regimiento aquél!—exclamó Ilia Fomitch lisonjeado por las delicadas adulaciones de su superior, pero todavía enfurruñado. Raskolnikoff quiso súbitamente decir algo muy agradable para todos. —Perdóneme usted, capitán—comenzó a decir en tono melifluo, dirigiéndose a Nikodim Fomitch—. Póngase usted en mi lugar. Estoy pronto a darle mis excusas a este señor, si es que por mi parte he cometido alguna falta. Soy un estudiante enfermo, pobre, agobiado por la miseria; he tenido que dejar la Universidad, porque carezco de medios de subsistencia, pero voy a recibir dinero... Mi madre y mi hermana viven en la provincia de***. Me envían fondos, y pagaré. Mi patrona es una buena mujer; pero como desde hace cuatro meses no doy lecciones, no le pago y se incomoda y hasta rehusa darme de comer. La verdad es que no comprendo... Ahora exige que yo le pague esa letra de cambio; ¿pero cómo podré hacerlo? Juzgue usted por sí mismo. —Eso no es de mi incumbencia—observó de nuevo el jefe de la Cancillería. —Es verdad; pero permítanme ustedes que les explique—...replicó Raskolnikoff, dirigiéndose siempre a Nikodim Fomitch y no a su interruptor, procurando atraer también la atención de Ilia Petrovitch, aunque éste afectase desdeñosamente no escucharle, como si estuviera absorto en sus papeles—. Permítanme ustedes que les diga que vivo en casa de esa mujer desde que vine de mi país, y que entonces... ¿por qué no he de decirlo?... me comprometí a casarme con su hija; hice mi promesa verbalmente... Era una muchacha joven, me gustaba, aunque no estuviese enamorado de ella... En una palabra: soy joven, mi patrona me abrió crédito... Hice una vida... Vamos, he sido algo ligero. —No se le pide a usted que entre en esos pormenores íntimos, que no tenemos tiempo de escuchar—interrumpió groseramente Ilia Petrovitch; pero Raskolnikoff prosiguió con calor, aunque le costaba mucho trabajo hablar. —Permítanme ustedes, sin embargo, que les cuente cómo han pasado las cosas, aunque comprenda que es completamente inútil que lo refiera a ustedes. Hace un año, la señorita de que he hablado, murió del tifus; yo seguía a pupilo en casa de la señora Zarnitzin, y cuando mi patrona se trasladó a la casa en que hoy vive, me dijo amistosamente que tenía confianza en mí; pero que, sin embargo, deseaba que le firmase un pagaré de ciento quince rublos, cantidad en que calculaba el importe de mi deuda...